Por Julio Rodríguez / Periodista
INICIATIVA 3: PERIODISMO SOCIAL, FE Y ACTITUD
EL SALVADOR.- Comiéndose dos pupusas y un jugo que le dieron al llegar a la Dirección de Atención al Migrante en El Salvador, parece sentirse a salvo. Con un dejo de tristeza y esperanza al mismo tiempo, relata como terminó deportada y el calvario que vivió buscando el sueño americano, desde que dejó su natal ciudad de Santa Ana, ubicada al occidente de El Salvador.
Los fondos para viajar se los enviaron sus hijas con quienes esperaba reunirse en Washington, pero se quedó en el camino. “Me quedé por varios meses en Mexico, pues me habían robado parte del dinero y luego pensé que era el momento de terminar el viaje” recuerda con tristeza.
Un coyote, conocido como “El Caminante”, que cobraba mil 500 dólares a cada persona solo por pasar el Río Bravo y dejarlos dentro de los Estados Unidos, la convenció que era experto, conocía la ruta y que podía confiar en él.
Esa maternal decisión llena de amor se convirtió en una pesadilla de dolor que la mojó, no con agua del mortal Río Bravo que resguarda la frontera México-Estados Unidos; sino de las lágrimas que cubrían su cuerpo desnudo que “El caminante” violaba cuando la separaba del grupo de emigrantes, impotentes de ayudarle a una mujer que solo quería ir al encuentro de sus hijas.
Un día en que la “migra” los persiguió – como es la regla – la orden es correr y esconderse hasta que pase el peligro para luego reunificarse en grupo para continuar la travesía. Esa vez, se escondió y no respondió a los gritos de “El caminante”.
Margarita (Nombre ficticio de una historia real), renunció a ese sueño, pues justó a la orilla del río se separó del grupo y se entregó a las autoridades migratorias de México, porque ya no aguantaba que “El caminante” la violara casi todos los días. Fue retornada a su país, El Salvador.
“¿Te salvó tu astucia?” Pregunto. “¡No, un milagro del Señor, fue Jesús que caminó conmigo!” contesta. Con este caminante si quiere andar, parece decir, con lágrimas en sus ojos.
Y ahora sigue pensando en sus hijas y la pregunta es obligada ¿Volverá a intentarlo?
“Mis hijas me esperan, pero no creo volver” responde. Margarita no quiere caminar el mismo sendero. Volverá a su natal Santa Ana, donde espera rehacer su vida, como un sueño, pero no americano, ese la daño mucho